No encuentro ejemplo más radical y prístino en la Historia Universal que aquel gesto de Atahualpa de llevarse “la palabra de Dios al oído” y, al no escucharla, botarla por inservible a los pies de Fray Vicente Valverde. Ese desprecio fue su condena. Al morir anocheció en la mitad del día, larga noche entre una cultura oral y otra sustentada en libros sagrados.
Garcilaso matiza el tono adusto de sus Comentarios con sabrosas digresiones como aquella que, a mi entender, resulta emblemática sobre el poder secreto de la lectura: la de los indios que llevaron los primeros melones cultivados en América; les enviaba el capataz al encomendero acompañados por una carta en la que le decía cuántos iban, advirtiéndoles a los indios que si se comían alguno en el camino la carta los denunciaría. Los indianos no conocían las letras y atribuían a la carta un poder de Ojo, así que decidieron, en medio camino, ocultarse de ella tras un muro y comerse dos melones, con un resultado sorpresivo; la carta podía ver a través del muro, pues avisó al destinatario y éste les increpó la falta. La lectura es magia. La lectura es riesgo. Así lo dice un colombiano ilustre, el maestro Estanislao Zuleta (1935-90): “Leer a la luz de un problema es, pues, leer en el campo de batalla, en el campo abierto por una escritura”.
Iván Égüez