En los primeros tiempos: la creación del texto

José Manuel Prieto

 

«En torno a la segunda mitad del IV milenio a.C., la progresiva transformación experimentada  por la cultura y la tecnología de algunos pueblos en la Baja Mesopotamia permitió nuevos desarrollos sociales, económicos, políticos y, sobre todo, urbanos que determinaron  un salto cualitativo respecto a los tiempos neolíticos. Entre aquellos progresos, uno que llegó a su culminación fue el de la invención de la escritura de signos. Un hallazgo, sin duda, transformador  en todos los órdenes cuya materialidad, no obstante, poco o nada tuvo que ver con un fenómeno casual.

Lo razonable del hecho permite pensar que este tipo de técnica llegó a implantarse gracias a la necesidad de una estandarización contable en la vida política y administrativa de las nuevas ciudades-estado. Las mismas evidencias revelan que en sus inicios la escritura tuvo como única utilidad llevar las cuentas, al permitir registrar las transacciones, anotar las riquezas acumuladas  y controlar los impuestos  pagados. Una necesidad cuya complejidad en el ámbito de la gestión de gobierno fue exigiendo de forma paulatina un desarrollo en extenso de los distintos asuntos que afectaban a la propia economía y, en consecuencia, dar respuesta a ­las obligaciones y conductas derivadas de los individuos y de las propias comunidades. Fue este hecho el que conformó la determinación y puesta en valor de un código común, de un tipo de grafía que ayudara a perpetuar esos activos de una manera fiable y recuperable. Estamos ante el inicio de la burocracia y en el momento en el que la sociedad empezó a comprender que esta gestión administrativa, junto al control y la autoridad de sus gobernantes, pasaba por el inevitable recurso de la palabra escrita.

La sola presencia de esta primitiva escritura de signos (en una primera fase, pictográficos) abrió en la región mesopotámica profundas diferencias entre pueblos nómadas y pastoriles, con estructuras políticas y de organización social muy poco avanzadas, de aquellos con civilizaciones manifiestamente más evolucionadas que supieron, primariamente, desarrollarse en el entorno de una floreciente agricultura y ganadería, en el naciente fenómeno de la revolución urbana y en la propia consolidación de las aceptadas jerarquizaciones sociales y suprafamiliares.

No cabe duda de que la mayor parte de aquella población tuvo que creer y aceptar de forma muy convincente esa estructura social y política en la que vivía y crecía. De otra manera la situación se habría vuelto caótica y se hubiera podido producir una revolución en la que la misma sociedad se hubiera venido abajo. Los mismos reyes no dudaron en erigirse en dioses con tal de legitimar su poder, de ahí la importancia de la religión para asegurar el control y la cohesión sociales. En definitiva, el alto nivel de complejidad administrativo, político, religioso, social y mercantil, alcanzado por algunas de estas sociedades mesopotámicas, consiguió ir progresando en nuevas formas simbólicas de representación y de comunicación más allá de los ancestrales mecanismos basados en la palabra, la memoria o la tradición. Y así, sin rebajar la enorme trascendencia expresiva y el formidable aforo social que necesariamente siguió teniendo la comunicación hablada, gracias al uso del escrito se lograron transformar poco a poco los efímeros recuerdos individuales en permanentes historias colectivas.

Transmitir una idea en el espacio y en el tiempo y, consecuentemente, plasmarla sobre la apariencia de un soporte cualquiera venía a sintetizar la verdadera esencia de la propia definición que hoy tenemos de escritura. Como hemos apuntado, el primer objetivo de este instrumento gráfico fue almacenar datos para su posterior utilización. Datos preferentemente económicos, legislativos, religiosos e históricos; en concreto, todos los que solían referirse a asuntos no esencialmente particulares o, en su caso, a los que más interesaran al conjunto de la comunidad.

Aquellas grafías abstractas fueron presumiblemente las primeras manifestaciones escritas que empezaron a representar sonidos en vez de objetos y, en consecuencia, las que inicialmente llegaron a alterar la forma de los mismos pictogramas hasta convertirlos en pequeñas marcas que, mediante la adición de complementos fonéticos y de elementos sintácticos, comenzaron a representar no solo las cosas descritas, sino toda la complejidad de las ideas que llevaban asociadas.»

 

Tomado de: PRIETO, José Manuel. ¿Qué sabemos de la cultura escrita? Catarata. España. 2013

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