Estudios literarios y ciencia

Manuel Asensi

 

«A la hora de vincular el estudio de la literatura (y del lenguaje en general) a la actividad científica conviene poner de relieve dos hechos fundamentales: el primero es que la concepción moderna de la ciencia implica entender la teoría (theorei) en una dirección específica que determina sus propósitos, medios y estructura. El segundo hace referencia a que, al menos desde la Lógica de John Stuart Mill, las ciencia del espíritu han tratado de comprenderse a sí mismas no desde una perspectiva propia y particular, sino desde los esquemas de las ciencias de la naturaleza; de tal modo que con la Ilustración y, sobre todo, con Kant, las ciencias empíricas se han convertido en el modelo de conocimiento por excelencia hacia el que debían tender todas aquellas disciplinas que se preciaran de llevar a cabo una actividad científica. El siglo XX ha fortalecido este estado de cosas, al tiempo que ha introducido voces discordantes provenientes en su mayor parte de lo que se ha denominado filosofía «edificante» o «periférica».

Dentro de esta tendencia hacia el paradigma de conocimiento de las ciencias físicas no ha sido una excepción el estudio del lenguaje. La lingüística ha buscado, por todos los medios, constituirse en la teoría general del lenguaje, del mismo modo que la semiótica ha pretendido ser la teoría general de los sistemas significantes o, más en particular, la poética, la teoría del discurso poético. Y ello desde las bases del sistema hipotético deductivo característico de las ciencias empíricas. De ahí las polémicas suscitadas en el seno de estas disciplinas en torno a su posible cientificidad: por ejemplo, en el ámbito de la lingüística J. Robinson negaba que ésta tuviera capacidad para la especulación científica, mientras que desde Bloomfield y Chomsky hasta la más reciente propuesta de Ángel López, hallamos trabajos cuya máxima pretensión es la de conferirle estatuto científico.

Ahora bien, si la lingüística pudo beneficiarse tempranamente del programa de Troubetzkoy no sucedió así con los estudios literarios, tal vez por su enfrentamiento con prácticas translingüísticas, semántico-discursivas (Benveniste). En cualquier caso, hay que señalar que la polémica en torno a la cientificidad también ha tenido lugar en el espacio de los estudios literarios. En fechas recientes E. A. Imbert escribía a propósito de la crítica científica:

“Si no es justo adjudicar la crítica a los artistas tampoco es justo adjudicarla a los científicos. Del valor estético no hay conocimiento exacto. Herbert Dingle, profesor de filosofía de las ciencias, ha sometido los llamados “métodos científicos” de estudiar la literatura a un riguroso análisis epistemológico, comparándolos con los verdaderos métodos de las ciencias. El resultado de su cotejo […] es negativo: no hay una ciencia de la literatura.” (Anderson Imbert, E., 1984, 135-36)

Actitud parecida era la de Guillermo de Torre cuando se preguntaba:

“¿Ciencia? ¿Por qué? –Preguntémonos una vez más–. Precisamente si nos hemos entregado a las letras, por algo será, y no sólo porque una vocación ingénita nos llevaba a ellas desde siempre, a su fruición, a su creación o a su valoración, sino también porque veíamos y vemos en ellas otra cosa que la ciencia, algo más libre, menos sometido a normas y leyes; en suma, gustábamos de la belleza, de la invención, de la fantasía.” (De Torre, Guillermo, 1970, 15).

El mismo Todorov ha afirmado que no hay interpretación “científica” de una obra (Todorov, T., 1975-76, pág. 8). Sin embargo, es manifiesto que la mayor parte de los estudiosos de la producción artística de los últimos tiempos ha intentado, cuando menos, acercar la teoría literaria a las coordenadas de la ciencia.»

 

Tomado de: ASENSI, Manuel. Theoría de la lectura. Libros Hiperión. España. 1987

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