Roland Barthes
- ¿Puede decirnos cuáles son actualmente sus preocupaciones, y en qué medida afectan a la literatura?
Yo siempre me he interesado por lo que podría llamarse la responsabilidad de las formas. Pero sólo al final de las Mythologies pensé que había que plantear este problema en términos de significación, y desde entonces la significación es explícitamente mi preocupación esencial. La significación, es decir: la unión de lo que significa y de lo que es significado; es decir también: ni las formas, ni los contenidos, sino el proceso que va de los unos a los otros. Dicho de otro modo: desde el epílogo de las Mythologies, las ideas, los temas, me interesan menos que el modo con que la sociedad se apodera de ellos para convertirlos en la sustancia de un cierto número de sistemas significantes. Ello no quiere decir que esta sustancia sea indiferente; sólo quiere decir que no es posible captarla, manejarla, juzgarla, hacer de ella la materia de explicaciones filosóficas, sociológicas o políticas, sin haber antes descrito y comprendido el sistema de significación del que no es más que un término; y como este sistema es formal, me he encontrado introducido en una serie de análisis estructurales que aspiran todos a definir un cierto número de “lenguajes” extra-lingüísticos: tantos “lenguajes”, a decir verdad, como objetos culturales existen (sea cual sea su origen real) a los que la sociedad ha dotado de un poder de significación: por ejemplo, los alimentos sirven para comer; pero sirven también para significar (condiciones, circunstancias, gustos); los alimentos son, pues, un sistema significante y un día habrá que describirlos como tal. Como sistemas significantes (al margen de la lengua propiamente dicha), podemos citar: los alimentos, los vestidos, las imágenes, el cine, la moda, la literatura.
Naturalmente estos sistemas no tienen la misma estructura. Puede preverse que los sistemas más interesantes, o los más complicados, son los que derivan de sistemas ya significantes: éste es el caso por ejemplo de la literatura, que deriva del sistema significante por excelencia, la lengua. También es el caso de la moda, al menos tal como es hablada por la revista de modas; éste es el motivo de que, sin dedicarme directamente a la literatura, sistema temible por su gran riqueza de valores históricos, recientemente me haya ocupado en describir el sistema de significación constituido por la indumentaria femenina de moda tal como es descrita por la prensa especializada. Esta palabra descripción explica suficientemente que al instalarme en la moda estaba ya en la literatura; en resumen, la moda escrita no es más que una literatura en particular, ejemplar sin embargo, puesto que al describir una prenda de ropa, le confiere un sentido (de moda) que no es el sentido literal de la frase: ¿acaso no es ésta la definición misma de la literatura? La analogía va más lejos: moda y literatura son quizá lo que yo llamaría sistemas homeostáticos, es decir, sistemas cuya función no es comunicar un significado objetivo, exterior y preexistente al sistema, sino tan sólo crear un equilibrio de funcionamiento, una significación en movimiento: pues la moda no es nada más que lo que se dice de ella, y el sentido segundo de un texto literario es quizá evanescente, “vacío”, aunque este texto no cesa de funcionar como el significante de este sentido vacío. La moda y la literatura significan fuertemente, sutilmente, con todos los rodeos de un arte extremos pero, por así decirlo, significan “nada”, su ser está en la significación, no en sus significados.
Si es cierto que moda y literatura son sistemas significantes cuyo significado queda por principio burlado, ello obliga fatalmente a revisar las ideas que podríamos tener sobre la historia de la moda (pero afortunadamente nos hemos ocupado muy poco de eso) y que hemos tenido efectivamente sobre la historia de la literatura. Ambas son como la nave Argos: las piezas, las sustancias, las materias del objeto cambia, hasta el punto de que el objeto es periódicamente nuevo, y sin embargo el nombre, es decir, el ser de este objeto siempre sigue siendo el mismo; se trata, pues, más que de objetos, de sistemas: su ser está en la forma, no en el contenido o en la función; hay por consiguiente una historia formal de estos sistemas que agota quizá mucho más de lo que se cree su historia a secas, en la medida en que esta historia está complicada, anulada o simplemente dominada por un devenir endógeno de las formas; ello es evidente en el caso de la moda, en la que la rotación de las formas es regular, ya sea anual, al nivel de una microdiacronía, ya secular al nivel de la larga duración (véanse los trabajos inapreciables de Kroeber y Richardson); para la literatura el problema es evidentemente mucho más complejo, en la medida en que la literatura es consumida por una sociedad más amplia, mejor integrada que la sociedad de moda; en la medida sobre todo en que la literatura, purificada del mito de la futilidad, propio de la moda, se supone que encarna una cierta conciencia de la sociedad entera, y es considerada pues como un valor, por así decirlo, históricamente natural. De hecho, la historia de la literatura como sistema significante nunca ha sido llevada a cabo; durante mucho tiempo se ha hecho la historia de los géneros (lo cual tiene poca relación con la historia de las formas significantes), y esta historia es la que aún prevalece en los manuales escolares, y, más estrictamente todavía, en nuestras síntesis de literatura contemporánea; más adelante, bajo la influencia ya de Taine, ya de Marx, se emprendió aquí y allá una historia de los significados literarios; la empresa más notable en este plano es sin duda la de Goldmann: Goldmann ha ido muy lejos, puesto que ha intentado vincular una forma (la tragedia) a un contenido (la visión de una clase política); pero a mi entender la explicación es incompleta, en la medida en que la vinculación misma, es decir, en resumidas cuentas, la significación, no es pensada: entre dos términos, uno histórico y otro literario, se postula una relación analógica (la decepción trágica de Pascal y Racine reproduce como una copia la decepción política del ala derechista del jansenismo), de modo que la significación a la que Goldmann apela con una gran intuición sigue siendo, a mi entender, un determinismo disfrazado.
TOMADO DE: BARTHES, Roland. Ensayos críticos. Seix Barral. España. 1967